Ma. de Lourdes Pank, messt
Miembro de la Red de Educación CIRM
Es indudable que en los tiempos que vivimos nos regimos por las prisas y siempre correr. Una frase que se ha ido haciendo parte de nuestro vocabulario es “no tengo tiempo” y es verdad, no tenemos tiempo, o más bien, no nos damos el tiempo para perderlo con los demás, con quien necesita decir una palabra para desahogarse, con quien quiere compartir una alegría, con quien sólo quiere saludarnos y saber cómo estamos. En la familia, en el trabajo, en la escuela, poco tiempo dedicamos para “encontrarnos con los demás”.
Que importante y necesario en estos tiempos promover una cultura del encuentro. La vida se nos pasa yendo de un lado a otro sin tener tiempo para lo esencial, sin embargo eso sólo nos genera un modo de vida vacío.
¿Hace cuánto tiempo no tenemos en el día un momento íntimamente nuestro, para leer, para platicar y alimentar una amistad, para un paseo en silencio, para escuchar una bella melodía, para compartir con la familia y los amigos, para la meditación y la oración?
Es claro que la vida contemplativa eleva el espíritu y además nos conduce a lo que el Papa Francisco ha llamado “la cultura del encuentro” donde la persona humana ocupa el centro, en la que los seres humanos son tenidos en cuenta por lo que son, en la que se es fiel a la realidad y no se rinde culto a la apariencia, en la que no se diga más, -como leí de un autor- “que somos hijos de la información y huérfanos de la comunicación”, en la que la fe tenga un papel preponderante y sea capaz de iluminar la existencia humana.
Ante un mundo que se separa de Dios, donde las personas se cruzan entre ellas, pero no se encuentran, donde se vive un individualismo posmoderno y globalizado, la cultura del encuentro es una propuesta a salir de mismo y avanzar cada vez más al encuentro del otro, a buscar la comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales.
El ámbito educativo, es un espacio privilegiado e indicado para este ejercicio.
Es necesaria una educación que favorezca el encuentro, la interrelación, donde se enseñe y se aprenda a ser hermanos, a ser solidarios, a ser comunidad.
Promovamos en nuestras escuelas acciones que susciten en los niños y jóvenes el compromiso ciudadano, solidario, fraterno, empezando por aquellos asuntos que les preocupan a su edad, a su generación, acciones que lleven a generar transformaciones en ellos mismos y en su entorno. Realizar encuentros e integración a través de la música, el deporte, el arte son algunas de ellas. Ayudaría impulsar y propiciar la comunicación y colaboración entre instituciones educativas para promover la cultura del encuentro a través de proyectos educativos innovadores.
Y en todo esto, tengamos en cuenta la invitación del Papa Francisco: “Los maestros cristianos, tanto si trabajan en escuelas católicas como si trabajan en escuelas estatales, están llamados a estimular en los alumnos la apertura al otro como rostro, como persona, como hermano y hermana a quien hay que conocer y respetar con su historia, con sus virtudes y defectos, riquezas y limitaciones”.
El reto es encontrar maneras y cooperar para formar niños y jóvenes abiertos e interesados en la realidad que les rodea, capaces de ayudar y de mostrar ternura, libres de prejuicios según los cuales hay que mostrarse competitivos, agresivos, y en especial, contra el que es diferente. Capaces de ser solidarios y sobre todo, deseosos de construir un mundo más justo y más humano.
No renunciemos a nuestra misión de construir la cultura del encuentro!