Sinodalidad en la Vida Religiosa

Reflexionar acerca de la sinodalidad, nos permite apreciar, que este caminar juntos y juntas, es una parte constitutiva de nuestra condición humana y de nuestra identidad de seguidores de Jesús.  Existimos gracias a la experiencia de amor de dos seres humanos que, en la mayoría de los casos, decidieron caminar juntos y comprometerse en la construcción de un destino común. Por el bautismo nos incorporamos a una gran familia, la de los hijos e hijas de Dios y hemos ido creciendo en la conciencia de que todo ser humano, independientemente de su confesión religiosa, es hijo e hija de un mismo creador, fuente de vida y destino final de nuestra existencia, condición que nos hermana dentro de un mismo proyecto que es la salvación de cada ser humano.

Esta conciencia se ha acrecentado recientemente en la experiencia de la pandemia, desde finales del 2019, en uno de los momentos más álgidos de la historia contemporánea y que ha modificado sustancialmente nuestra manera de vivir. El 27 de marzo del 2020, el Papa Francisco, caminando solo, con un paso vacilante por su ancianidad, en medio de una llovizna y de la penumbra, sumido en un profundo dolor por la muerte de tantos seres humanos y manifestando su férrea esperanza y amor a la humanidad y a Dios, nos dirigió estas palabras: “…Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

El contexto evidencia esta verdad ineludible, caminamos juntos y juntas en la barca de la historia, y nos vemos afectados por las grandes problemáticas de la humanidad porque estamos ineludiblemente interconectados.  La guerra entre Rusia y Ucrania; la crisis humanitaria que se vive en varios territorios del mundo por la migración forzada; el narcotráfico y sus víctimas; el armamentismo… en fin, todo aquello que si bien nos hace sentir los estragos de mentalidades “deshumanizadas” y ególatras, nos coloca en la perspectiva de caminar juntos y juntas hacia la conformación de una nueva sociedad basada en los valores humanos; desde una suerte de ética comunitaria mundial que nos compromete en la participación y corresponsabilidad de la familia social y eclesial, para quienes hemos recibido la llamada de ser iglesia.

El movimiento sinodal propuesto por el Papa Francisco nos permite recuperar el dinamismo inicial de la historia de salvación, desde el inicio de la creación, la conformación del pueblo de Israel como el pueblo de Dios; hasta Jesús y su praxis trinitaria “sinodal”, siempre caminando junto con su Padre, su pueblo, su familia, sus discípulos, los apóstoles, las mujeres, los enfermos… Escuchando y discerniendo la voluntad de su Padre, dejándose interpelar por la realidad, por las necesidades y preguntas de los no judíos, se abrió, en aquella “crisis de Galilea” a la universalidad de la propuesta de Dios Padre y del Espíritu.

En la presente Revista, encontraremos los aportes valiosos de hermanos y hermanas que nos van ayudando a reflexionar en la “necesidad y belleza” de esta vuelta al origen que reconfigura el modo de ser iglesia en este tercer milenio, tomando distancia de una iglesia piramidal, clericalista y de algún modo cerrada en los muros de sus propios estigmas moralistas.

Este modo de ser iglesia se fundamenta en la común dignidad bautismal y en la valoración de la diversidad que hace posible que todos pongamos nuestros talentos al servicio de la Iglesia y de la humanidad, en salida misionera.  Recupera el impulso misionero de la Iglesia y la participación de todos los ministerios y vocaciones en las decisiones de la misión, con una igual dignidad donde todos los roles, carismas, talentos convergen en la experiencia de la equidad.

Así la Vida Religiosa, se descubre llamada y vocacionada a replantearse su espíritu sinodal, también muy propio de su origen y desarrollo.  Este itinerario propuesto por el Espíritu Santo conlleva un camino de conversión necesario, urgente y Re-configurador de nuestros estilos relacionales, de gobernanza y de participación en la vida de la Iglesia, especialmente la vida religiosa femenina y la de los religiosos no clérigos. 

La Revista nos ofrece, con vivacidad y esperanza estos “andares” y sus desafíos que llenan de esperanza las búsquedas de fidelidad creativa de nuestros institutos.  Nos da cuenta de experiencias sinodales de vida religiosa en las CIRM’s regionales y en la experiencia de la Fase Continental del Sínodo para la región de Centroamérica-México con la participación plural de la Iglesia peregrina de los países que conformamos esta región.

Agradecemos muy de corazón el aporte de nuestros articulistas que dan voz y provocan a la reflexión sinodal y nos permiten apreciar la riqueza de la diversidad y de sus talentos puestos al servicio de la Iglesia.

La tarea nada fácil de la participación, comunión y misión es a la vez un itinerario espiritual pastoral que nos pone en el horizonte de religiosos y religiosas del Alba, andando y poniendo todo nuestro esfuerzo por responder a la llamada de Dios en una experiencia de sorofraternidad que nos vincula y nos lleva a vivir la caridad de una manera más consciente y más inspiradora.

Hna. Juana Ángeles Zárate Celedón, CSC
Presidenta de la CIRM

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